De escribir a redactar y de redactar a escribir: trascender






Redactar implica poner por escrito una idea o una serie de ideas acerca de un tema determinado, de tal forma que el producto de esta acción, el texto, cumpla con ciertas funciones que el autor determina o desea cumplir y una definida en esencia por el fenómeno mismo: la comunicación. Escribir, en cambio, aunque esencialmente tiene que ver con comunicar y cumple también determinadas funciones, suele verse como algo diferente; es una de las tareas básicas de la transmisión y formación de la cultura. Escribir es un quehacer, un oficio, una ocupación que demanda práctica y que requiere el desarrollo de ciertas habilidades. Nadie diría que escribir es lo mismo que redactar. Hay una diferencia entre escribir y redactar y todos la tenemos muy presente, aunque no sea tan sencillo definirla. Por ejemplo, es curioso que a las personas que se dedican a escribir para una revista o a realizar revisiones de los textos de éstas como un empleo, suela llamárseles redactores, que no escritores aunque, en cierto modo, sus actividades no sean muy diferentes. ¿Por qué no son escritores?, ¿qué se requiere hacer para ser escritor y en qué momento alguien se convierte en un escritor? Quizá podamos obtener las respuestas si atendemos a las diferencias entre los textos y las expresiones que se generan para la publicidad y los medios de comunicación y los que se generan en un ámbito más bien artístico; posiblemente resulte sencillo definirlo si vemos esa delgada línea que define lo utilitario de lo literario y quizá allí podamos encontrar claves para entender mucho mejor la diferencia. Solemos llamar escritores a las personas que escriben novelas, cuentos, poemas, ensayos, etc., gente que publica libros -y en los últimos años, lo que se ha dado por llamar ciberliteratura, que ha nacido con la revolución `e los medios digitales, razón por la cual no se limita al libro, cuyo oficio y quehacer es la transmisión de ideas y la generación de expresiones que desencadenen reacciones emotivas o intelectuales en sus lectores a través del discurso, lo cual realizan sin otro fin que el de la expresión misma, es decir, no intentan vender un auto, informar sobre una catástrofe, anunciar la integración de un nuevo director de área, o cualquier otra cosa útil, sino que se valen y son creadores de recursos que no sirven sino para expresar, aunque dicha expresión pueda contener en sí misma el germen de toda una revolución o de una revelación para su destinatario -así de portentosa puede ser la literatura-. Sin embargo, en mayor o menor medida, bien o mal, todos escribimos, aunque eso no implique que redactemos bien; lo cierto es que redactar con “propiedad” es una habilidad apreciada, aunque quizá a veces, no muy bien valorada. En fin, escribir no nos hace escritores, como tampoco saber redactar nos hace escritores. ¿Notan lo radical del asunto? Escribir es una cosa muy básica, pero también algo muy profundo. ¿Y qué hay en medio? Pues redactar, redactar es lo que parece estar justamente en medio del tema, porque saber redactar bien, saber expresar de manera efectiva y asertiva lo que necesitamos, es lo que puede llevarnos de saber escribir a saber escribir.

Sí, es cierto que todos tenemos habilidades diferentes, que cada uno hacemos mejor una cosa que otra, y que algunos canales de comunicación -escrita, sonora, gráfica-, están más desarrollados en unos que en otros. Sin embargo, redactar es tan esencial como saber contar, como saber administrar, como saber dirigir o cualquier otra cosa. Hoy en día, debemos ser más universales que especialistas. Hombres como Da Vinci -el ejemplo más claro del asunto-, nos enseñaron que el hombre debe explotar sus capacidades al máximo, y que incluso no sólo debe explotar las que ya tiene, sino crearse más capacidades: “La adquisición de cualquier conocimiento es siempre útil para el intelecto, porque podrá apartar de sí las cosas inútiles y conservar las buenas. Porque ninguna cosa puede amarse u odiarse si antes no se tiene conocimiento de ella.”[1] Saber redactar, saber escribir, debe ser un objetivo básico para cualquier ser humano, porque escribir, en un sentido muy especial, nos permite dejar de ser receptores para convertirnos en emisores, en seres capaces de comunicarse e influir en su medio.

Si bien la palabra oral es suficiente para comunicarnos, la escritura y sus posibilidades para la trascendencia no tienen parangón. El momento en el que el hombre fue capaz de escribir, de extrapolar sus ideas y sentimientos a símbolos, fue, como todos sabemos, el momento en que la evolución comenzó, porque el ser humano fue capaz de crear una cultura y con ella civilizaciones.  Pero, lo más importante: pudo crear un contacto que trascendiera, que rompiera los límites de la temporalidad para lograr que un mensaje llegara a su destinatario e incluso encontrara miles de destinatarios más. Bien, dejemos el asunto atrás y no vayamos tan profundo. El tema al que hay que llegar es al del pensamiento, la cultura es producto del pensamiento y este desarrollo cultural de la humanidad no habría sido posible sin la evolución del pensamiento producto de la escritura. A medida que el hombre crea símbolos, y al hacerlo crea códigos y estructuras que reflejen su pensamiento, que lo expresen, está en posibilidad de hacer contacto -la esencia de la comunicación-, está en posibilidad de tocar al otro. Esto puede darnos una idea de la importancia que tiene que dicha estructura sea expresada coherentemente, que dicho mensaje llegue de manera efectiva a su destinatario y que con esto podamos conseguir lo que queramos, sea cual sea nuestro objetivo. Pero hay más, cuando escribimos estamos dando cuenta de la estructura misma de nuestro pensamiento, estamos mostrando a los otros qué tan bien o qué tan mal pensamos, lo cual, de manera objetiva, no significa que nuestros pensamientos sean buenos o malos, sino simplemente que su estructura sea coherente y organizada. Y aquí vale mucho recordar que orden no es sino la “colocación de las cosas en el lugar que les corresponde”[2]. En pocas palabras: la escritura refleja la forma de nuestro pensamiento y no sólo es un vehículo de su contenido sin otro valor que el de la comunicación misma. La comunicación es efectiva y cobra sentido precisamente porque contenedor y contenido -significado y significante- sirven, son coherentes y efectivos.

Ahora bien, si ya sabemos que la escritura es importante y que saber redactar es esencial, ¿por qué le damos tan poco valor? Y si le damos el valor que le corresponde, ¿por qué los esfuerzos por lograr que la escritura sea efectiva son tan infructuosos? ¿Cómo se enseña a escribir? Debemos empezar por darle a escribir el valor que merece, por resaltar que comunicarnos, un acto tan simple y tan común, es un fenómeno casi milagroso, pues es lo que permite que hagamos cualquier otra cosa, es lo que logra que nuestras necesidades sean satisfechas, que podamos crecer y desarrollarnos -aún sin aprender a hablar, el ser humano ya se está comunicando-. Luego, es importante dar a la labor de redactar el valor que le corresponde como vehículo para el desarrollo mismo del pensamiento: a medida que aprendemos a escribir, a plasmar de manera coherente nuestras ideas, aprendemos también a pensar. Los códigos de escritura están dados, ciertamente, y aunque con eso podría bastar y sobrar para ayudarnos a desarrollar nuestras habilidades, al usar dichos códigos estamos también creando nuevos códigos, lo que potencia nuestra memoria, nuestra capacidad de síntesis y análisis, nuestro razonamiento mismo. Escribir, hay que atreverse a decirlo, nos hace más inteligentes y ser más inteligentes nos puede ayudar mucho a evolucionar.

Y bien, ¿cómo logramos que la redacción se convierta en una habilidad común? Quizá a medida que le demos a la escritura tanta importancia como la tiene el habla y que la convirtamos en un asunto esencial. Pero no sólo se debe enseñar a los niños a escribir bien, no se trata de darles un montón de reglas gramaticales para que las aprendan y terminen odiándolas, se trata quizá de despertarles el amor por la comunicación misma, por la expresión, lo cual va de la mano con la lectura, con el diálogo. Aprendemos a hablar platicando, escuchando a otros: no hay otra forma para aprender a escribir que escribiendo, que leyendo. Aprender a escribir tiene que ver con un acto de contacto, de comunicación, de amor por la literatura y por el pensamiento. El amor no se inculca, el amor se despierta y se inspira. Debemos aspirar a ser más nosotros, debemos aspirar a vivir en otros y a ser más grandes que nosotros mismos: eso sólo es posible a medida que logremos comunicarnos y que al hacerlo logremos también que nuestros pensamientos trasciendan. La escritura, la comunicación, son vehículos para la trascendencia.


[1] Da Vinci, Leonardo. Alegorías, Pensamientos, Profecías. España: Gadir. 2010. P. 50
[2] Orden. Diccionario de la Lengua Española. Vigésimo segunda edición. Noviembre de 2011