LA VIUDA INCOMPETENTE







JUAN JOSÉ
MILLAS




        La viuda incompetente compró un lote que incluía un pato pequeño, 24 uvas y dos velas, para hacer creer a la cajera del supermercado, o quizá a sí misma, que esa noche, la del 31 de diciembre, cenaría acompañada. Pero cuando llegó a su casa y desenvolvió el paquete, el pequeño animal le pareció un cadáver. Así que lo contempló con aprensión durante unos minutos, intentando comprender los misterios minerales de la carne mientras le daba la vuelta con un tenedor, y lo arrojó a la basura envuelto en papel de aluminio. Luego, al tiempo que en la calle sonaban los primeros petardos del día, recorrió la casa colocando las manos sobre los objetos del que había sido su marido, tan odiado en vida.
        Después de comer, se sentó en el sofá del salón y se quedó dormida hasta las siete con la radio puesta. Al despertar hablaban de la dermatosis y de lo dramático que era para los que padecían este mal no poder llevar trajes oscuros, tan apropiados por cierto para despedir el año, debido a que las escamas de la piel se notaban demasiado sobre los hombros. Sintió un desasosiego excesivo, un sofoco que la llevó al balcón. En la calle se percibía el nerviosismo característico de las horas que precedían a la medianoche. La viuda incompetente recordó cuánto había detestado a su marido, cómo había deseado su muerte hacía ahora un año, mientras contaban entre los dos las uvas para la cena de Año Viejo, y se echó a llorar. Nada fue en su vida como había soñado: ni la primera comunión, ni la universidad, ni el matrimonio, ni, en los actuales momentos, la viudez.
        «Soy viuda», se dijo, intentando encontrar en la palabra el sabor excitante que tenía antes de que su esposo falleciera. Pero ahora ese mismo término tenía un gusto rancio, igual que un embutido caducado. Por un instante se percibió a sí misma como un féretro en cuyo interior, a su pesar, reposaba él. «Cuando me hagan la autopsia —pensó—, lo encontrarán dentro de mí, vestido con aquel traje oscuro sobre el que tanto se le notaba la dermatosis y los brazos cruzados sobre el pecho.» ¿Dónde estaba el atractivo sexual de las viudas del que tanto hablaban los sexólogos? Cerró el balcón y recordando que su marido solía llamar al diccionario la nevera del vocabulario, porque en él se mantenían frescas las palabras, fue a buscar viuda y leyó: «Planta herbácea, bienal, de las dipsáceas, con flores en ramos axilares, de color morado que tira a negro.»
        Cerró el libro con violencia, arronjándolo sobre el espejo del aparador, que no llegó a romperse. A través de los tabiques se colaba el bullicio de las casas vecinas mezclado con el ruido de las cuberterías de alpaca y las vajillas de porcelana removidas de sus armarios para la cena familiar. La viuda incompetente decidió en un ataque de rabia no resignarse a su condición de dipsácea con flores moradas o negras en las axilas. Así que fue a la cocina, rescató del cubo de la basura el cadáver del pato, lo desenvolvió de su mortaja de aluminio y lo introdujo en el horno de cuerpo presente. Cuando la piel del animal adquirió un color más o menos tostado, lo colocó sobre la mesa del salón y encendió dos velas. Había pensado comérselos entero y tragarse después las 24 uvas, para transmitir (a quién) la impresión de que en aquella casa habían cenado realmente dos personas. Pero al regresar de la cocina con la botella de vino y contemplar sobre el mantel los restos mortales del animal alumbrados por la llama lúgubre de las velas, comprendió que en lugar de una cena de Año Viejo le había salido una capilla ardiente.
        Fue entonces cuando se dio cuenta de que por más que cuidara su ropa interior sería el resto de su vida una viuda desastrosa, incompetente, nada parecida a las que describían los libros de autoayuda. Pero en ese instante advirtió también que el odio profesado a su marido había sido una forma de amor que sólo ahora era capaz de reconocer. Entonces, cogió las uvas, se fue al tanatorio de la M-30, donde llegó al filo de las doce, entró al azar en una de las capillas y recibió el nuevo año con los muertos.
        Al amanecer del día 1 regresó al hogar, se metió en la cama y sintió unos instantes de felicidad al saber por una vez en su existencia de qué lado de la vida estaba.