LA ESCAYOLA







JUAN JOSÉ
MILLAS





        En una ocasión me hice un esguince y el profesor de gimnasia me miró con gesto de desprecio.
        —Te has hecho un esguince. Que te pongan un poco de pomada.
Lo que tenía mérito era romperse un hueso. Los esguinces eran una cosa de maricas: nos moríamos por las fracturas, y por las escayolas. Cuando se empezó a hablar de los grafitti tuve la misma sensación que cuando se pusieron de moda los cómics: que yo ya había estado allí. En la escayola de Gutiérrez, que se había roto la pierna por tres sitios, alguien pintó unos genitales del tamaño del muslo. Su padre le dio tal paliza que hubo que escayolarle el brazo izquierdo, donde dibujamos más de lo mismo. Le ganó la batalla a su padre, pero él se convirtió en un caso perdido. Ahora está en la cárcel. Por hombre.
        Yo, en cambio, no me rompí nunca ningún hueso, y bien que me esforcé. Como no me gustaba el fútbol, procuraba caerme de la bicicleta en posturas difíciles, pero mi esqueleto era de goma. Hubo un tiempo en que estuve obsesionado con la posibilidad de carecer de tejido óseo. La idea de ser un invertebrado me ponía los pelos de punta, y no me atrevía a confesarle a nadie mis temores, pero sudaba tinta china en las revisiones médicas por miedo a ser descubierto. Final mente, mi hermano mayor me preguntó un día por qué sufría tanto y se lo dije a punto de llorar.
        —Creo que soy un invertebrado.
        —A ver, desnúdate.
        Me quité la ropa y me fue contando las costillas al tiempo que me las mostraba a través del espejo del cuarto de baño.
        —Aquí está la columna vertebral, la tibia, el peroné... Además, si no tuvieras esqueleto, te vendrías abajo.
        —Entonces por qué nunca me he roto ningún hueso.
        —Porque eres un poco nenaza.
        En mi ambiente estaba peor visto ser nenaza que invertebrado. Pero yo me quedé más tranquilo, la verdad, aunque esa misma noche empecé a pensar en salidas profesionales acordes con mi carácter. Nos pasábamos el día pensando en el fu turo, que es una característica de los que carecen de presente.
        —Voy a ser ginecólogo —le dije a mi madre el día en que me hice el esguince y fui diagnosticado de nenaza.
        Mi madre me miró con extrañeza y luego me dio un tortazo al tiempo que decía:
        —Y ahora mismo te vas a confesar.
        Cuando me acusé de querer ser ginecólogo, el cura no sabía qué decir. Finalmente me puso dos padrenuestros de penitencia, de donde deduje que se trataba de un pecado venial. Más tarde se lo conté a mi hermano, que me dijo:
        —Si es que eres una nenaza; no sirves ni para romperte huesos ni para hacer pecados mortales. Dedícate a las letras.
        Le hice caso y ahora me va mejor que a él. Pero nunca me he sentido completo. Creo que me falta una escayola.