Tú vi o No tú vi


La canica se movió en la estantería cuando pasó el metro por debajo del bloque de edificios provocando una pequeña vibración en el cuarto. Cuando llegó justo al borde, lo inevitable; cayó al suelo. Así nació el ruidito.

El ruidito salió disparado desde el suelo a una velocidad increíble, subió hacia el techo, y también se proyecto a ras de suelo, atravesando la infinidad de juguetes desordenados que había esparcidos por el piso, atravesó una casa de muñecas, una hamaca dormilona que se columpiaba despacito.

Pero donde más se divirtió fue en un pequeño piano, ya que a su paso despertó un sin fin de sonios, eran Do, Re, Mi, Fa y otros que no estaban despabilados. Pero él no tenía tiempo que perder, necesitaba encontrar lo que todos los ruidos buscan, alguien que les oiga.

El ruidito estaba feliz de haber nacido y correteaba a toda velocidad atravesando el cuarto, buscando algo, pero él sabía que le quedaba muy poco tiempo, y todavía no se había respondido a la pregunta que todos los ruidos se hacen, desde los más grandes hasta los más pequeñitos, ¿realmente existo?
Tenía muy poco tiempo para encontrar una oreja que le legitimara como fenómeno físico.

– ¡Qué sentido tiene ser un ruidito si nadie me escucha!– pensaba triste mientras atravesaba la puerta ya totalmente debilitado. Sentía que su energía se acababa y que conforme fuera avanzando cada vez sería más imperceptible.

De repente, cuando ya creía que desaparecería sin haber tenido la sensación de existir, ya cansado de buscar, se percató que frente a él había una oreja, con su último aliento se precipito hacia el objetivo, por fin su vida tenía sentido. Estaba seguro que si entraba en ese oído habría una prueba de que había existido. Podría descansar en paz.

Martha pensó oír algo, como un chasquido y después… silencio. Se quitó el aparato, fue al cajón de su buro y cambió la pila del receptor auditivo.


[Rodolfo Yohai]