Noé


Las primeras gotas de lluvia empezaron a caer por la tarde. Los preparativos para el viaje lo tenían exhausto, pero finalmente, ahora todo marchaba sobre ruedas. El arca aun no estaba llena y los animales seguían llegando por parejas. Lo más difícil de toda esta tarea fue acomodarlos. Como en todo crucero, Noé tenía una lista de registro, después a cada uno se le asignaba un numero de espacio, a cada pareja les dio un reglamento del comportamiento que debían de guardar durante el viaje, les entregaron una lista con las sugerencias del menú, los horarios del comedor y además les entregó una guía de las actividades de esparcimiento. 

Recibió pasajeros durante toda la noche. Como siempre sucede en estos casos, hubo que esperar a los rezagados: a los cocodrilos, a las serpientes, a los osos perezosos y las liebres; curiosamente las tortugas fueron de las primeras en llegar. Por alguna razón la historia no nos cuenta todo acerca de esos momentos, pero la verdad es que Noé, tuvo que afrontar la desagradable tarea de reservarse el derecho de admisión, ya que algunas especies no cumplían con los requisitos de viajar en parejas.

Cuando la tormenta azotaba sin piedad y las aguas habían cubierto la mayoría de la superficie de la tierra, Noé había ordenado que se elevara el ancla. Entonces, la enorme arca empezó a balancearse como una vieja casona de madera

Desde la cubierta, Noé junto con su familia y algunos animales vieron a lo lejos; muy probablemente en la cima del monte Ararat; aquellos seres con miradas tristes y desencajadas, que las futuras generaciones jamás conocerían, como el cíclope, el minotauro, el dragón, las arpías, a Narciso, al Pegaso, al gigante de dos cabezas o al centauro, a un costado del arca, se podía escuchar el canto desesperado de las sirenas que nadaban en contra la fuerza del diluvio.

[R.Yohai]