El Misterio

El temor al armario se esfumó cuando mi padre me dijo que en la noche, mientras duermo, aquella puerta del armario conducía a una hermosa playa tropical. Más tarde, cuando entré en la adolescencia fantaseaba con ver salir del armario a una pequeña sirena que se metía en mis sueños de cama seduciéndome con sus encantos, su sonrisa seductora y su cuerpo semidesnudo.

Pasados los años, se me ha olvidado hasta el más pequeño vestigio de credulidad de tal disparate. Hoy me ocupo de resolver ese molesto y misterioso ruido que hacen mis pantuflas, cuando me levanto en las mañanas, como si hubiera pequeños granos de arena dispersos por el suelo.

 [Rodolfo Yohai]

Muñeco de Trapo

En mi casa vivíamos yo, un perro y un fantasma. Nunca vi al fantasma, el que lo veía era el perro. Al anochecer jugaba en el patio con un viejo muñeco de trapo. Un vez intenté participar en el juego, el perro se enfado mostrándome los dientes. No quería crearles inconvenientes, solo quería jugar con el perro. Pasé un tiempo sin entrometerme entre ellos.

El perro crecía, el fantasma fantasmeaba sin molestar. Una tarde se me ocurrió jugar yo solo con el muñeco de trapo, lo tomé del suelo y corrí por toda la casa buscando donde esconderlo. El perro corrió detrás de mi ladrando contento. El fantasma se enfado, porque el perro ahora prefiere buscar el muñeco y jugar conmigo. Así que decidió a rezar, encender velas ante la imagen de los santos para encontrar el muñeco de trapo. Yo corría feliz por la casa con el muñeco en la mano agitándolo para que el perro jugara conmigo.

Un día, al amanecer, el perro desapareció y el fantasma también. Ahora estoy solo en casa, con el muñeco de trapo, esperando que un día regresen para devolverles su muñeco.

[Rodolfo Yohai]

Cuarto de Baño

Por un momento, la confundí conmigo. Pero no era yo. Era una extraña. Intenté hablar con ella pero parecía no me escucha. Totalmente ajena a la circunstancia, estaba frente a mi despreocupada de mi presencia ensayando muecas y ademanes. Se está burlando de mi, pensé. Entonces, se puso seria.

Nadie me obligaba a permanecer en el cuarto de baño, pero ahí estaba yo, mimetizando cada uno de sus movimientos como si no tuviera voluntad propia. Qué ella sacaba la lengua, yo la imitaba. Si arqueaba las cejas, yo hacía lo mismo. Si se encogía de hombros, igual. Así hemos estado un buen rato.

Cuando se agachó a recoger un pasador, se escuchó una flatulencia. Con la cara sonrojada dijo - a caray si ha sido usted, por un instante pensé que había sido yo. Indignada se marcho del cuarto de baño y  yo hice lo mismo.




[Rodolfo Yohai]