Dulce compañía

Estaba detenido a mitad de la escalera del templo, estupefacta como quien inesperadamente tiene una experiencia religiosa. Con el cabello alborotado y la túnica blanca que le cubría apenas aquellos muslos firmes. El viento movía el vuelo de su prenda dejándome ver un poco más. Ahora se que los ángeles no usan calzones.


Una pluma desprendida de sus alas pasó junto a mi cara, olía a caramelo. Contemplarlo me puso la piel de gallina. El Ángel de mi guarda me envolvió entre sus alas para recogerme. Al terminar, como todos, se fue de ahí.

[Rodolfo Yohai]